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Velasco: el pensamiento vivo de la revolución (página 2)




Enviado por rubèn ramos



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Nuestra revolución surge de la tradición
histórica del Perú. Esto no quiere decir que
pretendamos, a todas luces ahistóricamente, reconstituir
una realidad político-social desaparecida hace siglos. Ni
tampoco que la revolución se vincule directa y
sistemáticamente con una determinada concepción
religiosa, que, sin embargo, la mayoría de peruanos
suscribe.

La Revolución Peruana coincide en sus
aspiraciones de justicia, indesligables de la posición
humanista, con el mensaje moral del cristianismo. Pero nunca
hemos dicho que nuestra revolución sea cristiana, porque
pensamos que ésta es una calificación religiosa y
el nuestro es un movimiento político-social. Las
transformaciones sociales, los grandes fenómenos
políticos de envergadura histórica no pueden ni
deben ser descritos en términos de denominaciones
religiosas. El hecho de que seamos católicos no nos
permite decir que nuestra revolución pertenezca, como tal,
a una determinada filiación religiosa.

El humanismo revolucionario que hoy surge en el
Perú es, pues, distinto por esencia de todos los
planteamientos puramente abstractos y construye su
problemática central en torno a las cuestiones
fundamentales y específicas de la justicia y la libertad
de los seres humanos concretos que luchan, que sufren, que
trabajan, que defienden sus ideales, que rechazan la
explotación y que viven los conflictos sociales como
miembros de grupos, sectores y clases con intereses distintos
dentro de la sociedad.

REVOLUCIÓN, MORAL SOCIAL Y CONCIENCIA
POLÍTICA

Los ideales revolucionarios sólo
podrán perdurar en la medida en que alienten
fehacientemente en cada uno de los actos de nuestra propia
vida.

Nuestra ambición mayor es contribuir al
surgimiento de una nueva moral social que para siempre destierre
del escenario político de nuestra patria la mezquindad, el
egoísmo, la bajeza y la falsía. Queremos por eso
que esta revolución viva en la conciencia de nuestro
pueblo, a fuerza de vivir en la conciencia misma de los hombres
que la están construyendo. Y esto sólo podrá
lograrse cuando cada uno de nosotros, en su propia vida, ofrezca
el testimonio personal que hace sagrado un compromiso fidedigno
con la causa del pueblo. Porque una revolución
también supone la capacidad de pensar, de sentir y de
actuar de modo diferente a como lo hacen quienes no orientan su
existencia por un ideal humano y superior. Sólo con
desprendimiento y con grandeza podremos los hombres de esta
revolución dejar un legado verdaderamente ejemplar a
quienes mañana habrán de continuar esta tarea
gigantesca que hoy estamos cumpliendo para salvar a nuestra
Patria.

Los hombres y mujeres de esta nación tienen ahora
una responsabilidad muy grande que cumplir. Por ello los
egoísmos y las vacilaciones deben ser para siempre
abandonados; porque está en juego el futuro de esta Patria
que es de todos. Con indiferencia y con oportunismo no se hace la
historia de los pueblos. Y en el sentido más hondo y
verdadero, hoy estamos haciendo la historia del Perú. La
Revolución demanda pensar en el Perú, motivo
fundamental de su razón de ser y raíz de la
existencia nuestra. Demanda pensar en el Perú que
superando un largo abatimiento vuelve a sentir ya un aliento de
confianza, un renacer de su seguridad como nación, un
nuevo destello de afirmativa esperanza en su futuro.

La esencia moral de una nación y de sus hombres
se mancha sin remedio cuando desde el gobierno se trafica con su
dignidad; cuando las instituciones se prostituyen y todo lo
corrompe el oro de una riqueza mal habida; cuando frente a un
país engañado, en gran parte por obra de una prensa
en subasta, se levanta el tinglado de una farsa de la que son
actores principales quienes ostentan la representación de
los altos poderes del Estado.

Todo esto ocurrió en el Perú. Y nadie debe
olvidarlo nunca.

Porque un pueblo que olvida sus épocas de oprobio
difícilmente pueda construir un destino luminoso y libre
para siempre de todos los estigmas con que le manejaron sus malos
gobernantes, sus falsos adalides.

En la medida en que prevalezcan en el Perú la
injusticia y la explotación, todos somos injustos y
explotados. La esencia de humanidad que vive en cada uno de
nosotros se mancha sin remedio cuando nada hacemos por superar la
vida que aún viven millones de peruanos. La indiferencia
frente a los males de nuestra sociedad nos hace a todos
responsables de que ellos continúen. Y mientras no
comprendamos esta responsabilidad que a todos nos pertenece, los
males profundos del Perú habrán de continuar sin
solución definitiva. Tenemos que adquirir conciencia de
que la vida y el destino de cada hombre y mujer del Perú
nos competen y afectan a todos los demás.

Es la dura verdad que todos debemos conocer y que muchos
quisieron que nunca fuera conocida. La verdad que permanentemente
debe vivir en la conciencia de todos los peruanos. La verdad que
debe instarnos a dejar para siempre de lado al egoísmo de
cualquier indiferencia. Porque todos somos, aunque fuere en
pequeña medida, responsables de la ominosa realidad que
esa verdad encierra, Y porque todos debemos sentir el imperativo
de superarla para siempre.

El valor, el deber, la dignidad, la iniciativa, la
disciplina, el honor, la solidaridad deben ser la base más
profunda en la formación moral de todo revolucionario del
Perú. Esas son las virtudes que deben formar la
arquitectura de nuestro patriotismo, de nuestro enraizado amor al
Perú, que nos impela a luchar por su pueblo, por su
grandeza, por su más elevado sentido de justicia. Un
patriotismo creador, renovador y profundo.

El porvenir del Perú depende de la lucidez con
que sepamos comprender el sentido verdadero de este gran momento
de nuestra historia. Y esto, en no menor medida, dependerá
a su vez de que seamos capaces de aprender en base a la
experiencia de su construcción revolucionaria y a mantener
siempre intacta la firme decisión de continuar nuestra
lucha sin tregua ni descanso.

La conciencia revolucionaria de un país no se
improvisa. En el Perú de hoy se está formando esa
conciencia. Poco a poco se comprenden mejor la esencia y la
finalidad de su revolución. Superados el escepticismo y la
desconfianza de los primeros tiempos, nuestro pueblo cada vez con
mayor claridad comprende que esta revolución se ha hecho
para salvarlo, para resolver sus grandes problemas, para forjar
en nuestro país uno auténtica democracia
social.

Nada de eso podríamos lograr dentro de la moral
social de un individualismo egoísta y estéril que
torna a los hombres enemigos de otros hombres y que exalta las
formas más extremas y, en verdad, menos humanas de
competencia, de rivalidad, de explotación. Pero tampoco lo
podríamos lograr dentro de la moral social de un sistema
que hunde al hombre en la más ominosa dominación de
un estado monopolizador de todas las formas de poder.

Un gobierno revolucionario de la originalidad del
nuestro no puede conducirse con los mismos criterios ni de la
misma forma en que se puede conducir un régimen
conservador. Una transformación como la que nosotros
estamos haciendo en el Perú, impone la necesidad de nuevos
comportamientos y nuevas actitudes.

En tiempos de alteración profunda de los moldes y
realidades tradicionales de una sociedad es preciso aceptar que
todos debemos someter a honda revisión creencias y
valores, formas de acción y modos de concebir los cosas.
Por tanto, en el Perú de hoy resulta indispensable
repensar los problemas del país, pero también mirar
con nuevos ojos nuestra propia vida y lo que ella debe significar
para una Patria en trance de ser reconstruida.

Aprender a pensar y actuar de manera distinta a como
solíamos hacerlo en el pasado es tarea extremadamente
difícil, porque envuelve una dura experiencia de
reeducación, a través de la cual aprendemos a
cuestionar algunos de los supuestos valores que un día
consideramos intangibles. Pero de no lograrlo, sería
virtualmente imposible alcanzar el distante propósito de
forjar un nuevo hombre para una nueva sociedad en el
Perú.

Todo esto demanda nuevos deberes y nuevas exigencias.
Porque no debemos olvidar que sobre nosotros pesa el escepticismo
y la desconfianza que en el pueblo peruano sembraron los malos
gobernantes. Un pueblo mil veces engañado sólo
puede recuperar por entero su confianza y su fe cuando sus
gobernantes hablan con absoluta honestidad, con franqueza total y
descarnada. Sólo así es posible forjar una nueva
conciencia política. Sólo así se puede
reavivar la gran esperanza colectiva, la fe adormecida de una
nación postrada por el engaño de innumerables
ídolos de barro.

Sentir nuestro el deber y el compromiso con la
revolución, es velar porque ella sea siempre ejemplo de
limpieza, de honradez, de eficiencia, de sacrificio, de entrega
generosa. Es crear conciencia de la inmensa tarea que una
revolución entraña. Es enmendar día a
día los errores que inevitablemente se cometen en el
diario quehacer de la revolución. Es asumir la
responsabilidad de rectificarlos. Es tener la honestidad, la
humildad, la sabiduría y el valor que otros nunca tuvieron
para reconocer errores y enmendarlos. Esto, lejos de debilitar a
lo revolución, le da mayor fuerza porque le da mayor
autoridad moral. Pero es también ser supremamente
exigentes con nosotros mismos, aspirar a ser cada día
mejores, estimular la crítica honesta que es un aporte
invalorable en toda obra de creación Es ser, por sobre
todo, siempre leales con ella.

El Perú está aún lejos de haberse
librado de aquella vieja siembra de desconfianza, de
resentimiento y de desilusión que como mala herencia le
dejaron muy largos años de explotación y
desgobierno. Todos deberíamos comprenderlo así.
Porque de otro modo sería acaso imposible la entrega
generosa de tenacidad y de esfuerzo, de perseverancia y de
coraje, que todos debemos dar para poder desterrar
definitivamente las lacras del pasado y construir aquí una
sociedad más justa, más libre, más
humanizada.

Transformar una sociedad tan compleja como la nuestra,
no es tarea sencilla ni de pronta culminación. Esta
revolución apenas ha cumplido un tramo de su existencia.
Los peligros más grandes aún no han aparecido.
Debemos esperar días difíciles. Y crear en nuestro
pueblo conciencia responsable de que tendrán
inevitablemente que venir días así. A medida que la
revolución se afiance y nuevos privilegios sean abolidos
para bien del pueblo, la oligarquía y sus felipillos
redoblarán esfuerzos para frustrarla.

Todos debemos tener la honestidad de reconocer las
grandes y complejas dificultades que una revolución
enfrenta. Que nadie pida una revolución sin errores ni
fallas. Exigirlo sería mezquindad y falta de honradez.
Sobre todo cuando se critico sin aportar contribución
alguna al esfuerzo más grande de toda nuestra historia.
Nadie tiene derecho o ser un simple espectador pasivo estando en
juego el destino del Perú.

Tenemos confianza en el futuro del Perú y fe
profunda en la capacidad creadora de su pueblo. Habrá en
el porvenir días difíciles que demandarán
sacrificios de todos los peruanos.

No existe verdadera obra de creación exenta de
peligros. Todo proceso revolucionario encierra vicisitudes y
durezas. Este es el signo inescapable de todos los grandes
movimientos de transformación. Por eso, esta
revolución sólo puede fracasar en la medida en que
fracasen los agentes históricos de su realización,
es decir, el pueblo y la Fuerza Armada que hoy enfrentan unidos
el reto más grande de su historia.

Tal es el llamado patriótico para una
acción común. Nadie deja a sus hijos ni a la
posteridad una simple herencia material. Todos dejamos
también la impalpable huella de una herencia moral, parte
vital de ese legado que otros recibirán en el futuro. Que
quienes vengan después de nosotros jamás puedan
decir que los hombres de hoy no supimos enfrentar con
valentía, con honradez, con generosidad y con sacrificio
el desafío de esta difícil época que nos ha
tocado vivir. Que digan, por el contrario, que supimos dejar para
siempre un pasado que no puede volver; y que supimos mirar
resueltamente hacia ese futuro que forjaremos en la medida en que
sepamos interpretar y comprender el signo fundamental de nuestra
época.

Que digan que supimos tener la humilde grandeza de
conciencia que los hombres requieren cuando van a entregar parte
de su propia vida y de su propio esfuerzo a la insigne tarea de
forjar una nueva nación y un nuevo y más humano
sentido de justicia.  

Las Fuerzas
Armadas y la revolución

EL EJÉRCITO

Desde hace algo más de seis años el
Ejército, como parte de la Fuerza Armada, está
cumpliendo una responsabilidad histórica de la que pende
el futuro del Perú y que profundamente compromete la
conducta y la vida de cada uno de sus miembros.

La transformación nacional en cuya
conducción interviene es la contribución que hace
el engrandecimiento del Perú. Representa el esfuerzo de
una institución que comprende con lucidez que su mejor
destino es servir al pueblo; y significa el reconocimiento de
que, como peruanos, sentimos nuestra la responsabilidad de luchar
a fin de que el Perú destierre para siempre las grandes
injusticias y llegue a ser Patria de hombres libres y
nación soberana que ha roto para siempre el dominio
extranjero. No todas las instituciones, ni todos los hombres, ni
todas las generaciones tienen una oportunidad así. De ella
se deriva, sin embargo, una inmensa responsabilidad. Enfrentarla
supone el convencimiento de que no existe contradicción
alguna entre nuestra condición de soldados y la tarea de
dirigir el rumbo de una nación que debe transformarse para
de veras realizar la justicia de su pueblo. Porque la
dimensión esencial del patriotismo es aquel compromiso
permanente con el destino de nuestra colectividad, diario
quehacer de lucha de quienes sienten, en todos los instantes de
su vida, que no se deben a sí mismo sino a su propio
pueblo. Defender a la Patria es, por eso, defender su justicia. Y
en esto se resume la esencia de propósitos de nuestra
revolución. Por tanto, al realizarla sólo estamos
dando contenido concreto a nuestra vocación de
patriotismo, a nuestro más profundo amor por el
Perú, a nuestra más sentida y honda lealtad con su
pueblo.

La obra que estamos realizando, lejos de separarnos de
nuestra misión cómo soldados, nos vuelve al cauce
más profundo y verdadero de nuestra tradición
institucional como ejército que nació bajo el signo
de la lucha por la emancipación de nuestro pueblo. Nadie,
por eso, podría decir con honradez que al volver a luchar
por ideales de independencia, de libertad y de justicia, estamos
abandonando nuestro rol tutelar en el país. Todo lo
contrario.

Hoy más que nunca estamos cumpliendo con un deber
de patriotismo, porque estamos luchando por el país,
defendiendo sus auténticos intereses y poniendo la espada
al servicio de nuestro pueblo. La causa del Perú, la de su
revolución, la de su pueblo, la de su Fuerza Armada, son
por eso una sola. Es la causa de la Patria. Es nuestra causa,
como soldados y como peruanos. Esta es la profunda verdad que
algunos quieren ocultar. Mientras seamos conscientes de ella, los
enemigos de la Fuerza Armada y de su obra serán siempre
derrotados. De allí la decisiva importancia de que quienes
integran las filas del Ejército comprendan claramente el
significado del gran proceso revolucionario que el Perú
está cumpliendo bajo el unido liderazgo institucional de
su gloriosa Fuerza Armada. Ellos tienen la responsabilidad de
reflejar en todos los actos de su vida la nueva
orientación del Ejército; el sentido vital de
compromiso con la necesidad de resolver definitivamente los
grandes problemas del Perú. Esto es la tarea de hoy. Y en
ella seguiremos hasta cumplir los grandes objetivos que la Fuerza
Armada se ha propuesto alcanzar.

Donde quiera que vayan, los soldados de hoy deben ser
los representantes y los mensajeros de la obra que estamos
llevando a cabo en el Perú. Porque como integrantes de una
grande y unida institución, todos somos parte de lo que
ella realiza. Es preciso por eso que cada uno de nosotros
esté siempre dispuesto a cualquier sacrificio para
perfeccionar el desenvolvimiento de nuestras tareas normales como
miembros del Ejército. Tenemos de ahora en adelante que
añadir una nueva cuota de esfuerzo que dé palpable
testimonio de solidaridad con la obra que nuestra
institución está realizando para garantizar el
desarrollo efectivo y el verdadero engrandecimiento de nuestro
pueblo.

Inmersa en el sentido más hondo de esos
sentimientos, radica la garantía de la continuidad
histórica del Ejército Peruano. Y allí
también radica su constante sentido de superación
institucional. Porque sólo cuando se es vitalmente leal y
sólo cuando verdaderamente se ama a una causa o a una
institución, se les puede entregar, sin límites de
esfuerzo, esa indispensable porción de nuestra propia
vida, de nuestro propio empeño, de nuestra propia fe, que
es en verdad indispensable para hacerlas mejor, para asegurar su
permanente renovación y, en fin, para lograr que ellas
mantengan siempre el vigor, la ductilidad, la verdadera juventud
de las causas y de las instituciones que perviven sin agotarse,
conservando su significación histórica para las
sociedades y los hombres.

Sentido solidario y garantía de continuidad son
de este modo parte esencial de nuestra propia razón de
ser.

Por ser nuestra institución una realidad
viviente, no puede ser estática. La más alta
expresión creadora de su propia existencia radica en su
plasticidad, en su dinamismo, en su capacidad de mantenerse
siempre alerta al rumbo y al sentido de los tiempos. La
renovación es inherente a la verdadera perennidad de las
instituciones. Simplemente resistir el paso de los años no
equivale a vivir de manera valedera y auténtica.
Más aún, sólo en la medida en que las
grandes instituciones tienen la sabiduría de evolucionar,
es posible decir que tienen también la sabiduría de
mantenerse vigorosas y vigentes.

Al fin y al cabo, sólo se puede ser fiel a
sí mismo cuando se acepta profundamente la necesidad de
desarrollarse y ser distinto a medida que el mundo y los tiempos
son también distintos.

Lo señalado fundamenta en gran parte el por
qué del cambio institucional que ha hecho posible
emprender en el Perú la gran tarea de su
transformación. Mas, si en verdad hundiéramos los
ojos en nuestra propia vida comprenderíamos que las
enseñanzas que recibimos no son ni pueden ser
extrañas a la inspiración y a la raíz de lo
que estamos hoy haciendo para garantizar a nuestra Patria una
realidad mejor de la que ella tuvo en el pasado. Porque esas
enseñanzas, al mismo tiempo que inculcaron en nosotros un
acendrado patriotismo, también nos dieron una profunda
formación moral basada no en los valores del
egoísmo infecundo, sirio en los de una solidaridad para la
cual los intereses de la Patria y los de la colectividad son
siempre los intereses prevalentes. Nuestra dedicación de
hoy a un ideal de lucha que se libra por el Perú tiene, de
esta manera, vinculación profunda con aspectos decisivos
de nuestra formación en el alma mater del Ejército
Peruano. Formamos parte de un Gobierno cuya obra tiene como el
más radical sentido de su quehacer histórico, el
haber vuelto a unir, al cabo de los años, la acción
y la enseñanza, la norma y la conducta.

Los soldados peruanos nunca debemos olvidar el sentido
profundo de nuestro origen institucional enraizado en el origen
mismo del Perú como nación independiente. Porque de
ese sentido arranca la honda convicción de un patriotismo
para el cual la causa de su pueblo, vale decir, la causa de su
soberanía, de su justicia y de su libertad. Origen
revolucionario el nuestro, hoy vuelve a ser emblema que
enarbolamos con orgullo, seguros de que al luchar por la
definitiva emancipación de nuestra Patria estamos honrando
el sentido más puro de nuestra tradición
histórica y, al propio tiempo, renovando la gloria y el
honor de las armas peruanas.

Todo esto nos permite, por lo tanto, ser ahora los
testigos maduros de nuestra juventud que hoy, de alguna forma,
vuelve para el cotejo iluminante de nuestra madurez.

LA MARINA La historia de la Marina de
Guerra se enhebra con la historia de nuestro país desde el
momento mismo en que insurgió a la vida independiente por
la acción de soldados revolucionarios que lucharon para
hacer del Perú un país libre de tutelajes
extranjeros.

Pertenecer a una tradición así de ilustre,
representa una responsabilidad muy grande de la que todos los
marinos del Perú deben ser siempre claramente conscientes.
Porque el legado institucional de nuestra Armada constituye
paradigma que jamás debe ser olvidado por quienes asumen
la responsabilidad de mantener siempre viva la esencia de una
tradición que da grandeza a la Nación Peruana. Los
hombres sólo tienen derecho a invocar las figuras ilustres
de su historia en la medida en que en su diaria vida demuestran
ser en verdad dignos de ellas. Y esas grandes figuras sólo
tienen genuina eternidad en la medida en que el sentido de su
vida y de su sacrificio se encarna en el pensamiento y en la
acción de otros hombres.

Hoy no se trata solamente de que los hombres de uniforme
cumplamos una misión castrense en el Perú. Hemos
aceptado una responsabilidad histórica con su pueblo y
hemos asumido un compromiso que no podemos eludir. Esta
responsabilidad y ese compromiso constituyen el fundamento en que
se basa nuestra decisión de llevar adelante la obra que
hace seis años empezarnos a realizar en el país.
Esta obra posee el carácter unitario de un empeño
que realiza toda la Fuerza Armada del Perú. Por tanto,
ninguno de nosotros puede ni debe mantenerse al margen de su
realización. Unidos iniciamos la revolución que
está devolviendo a nuestro pueblo su sentido de orgullo
nacional, unidos estamos conduciendo esta gran experiencia
peruana que por primera vez plantea y resuelve los problemas
fundamentales del país; y unidos culminaremos este
esfuerzo que habrá de traducirse en el fortalecimiento y
la grandeza de una nación capaz de construir en su seno un
orden de justicia fundado en la plena soberanía de su
destino nacional.

El aporte de la Armada Peruana a la realización
de estos grandes ideales es, desde cualquier punto de vista,
fundamental, al igual que el aporte de los otros Institutos
Armados del Perú.

LA FUERZA AÉREA

Nuestra aviación militar no sólo
representa instrumento esencial para la defensa del País,
sino, hoy más que nunca, herramienta insustituible en el
cumplimiento de diversas tareas vinculadas al desarrollo
nacional. Nuestra tarea de gobernantes es indesligable de nuestra
condición de militares. Nuestra preocupación por la
seguridad nacional y nuestra preocupación por los
problemas fundamentales de la sociedad peruana no pueden ser
preocupaciones separadas. Ambas se encuentran en la base misma de
nuestra conducta gobernante. Y ambas se hallan también en
la raíz de nuestra vocación revolucionaria, es
decir, de nuestra irrevocable decisión de continuar
ahondando y perfeccionando el rumbo de las grandes
transformaciones sociales y económicas que por primera vez
ha sido posible realizar en el Perú bato el liderazgo de
un Gobierno que representa la unidad institucional de las armas
peruanas.

Por eso es que la tarea y la responsabilidad de esta
revolución son tarea y responsabilidad de todos los
hombres de uniforme, unidos en el compromiso de poner nuestras
armas al servicio de un antiguo ideal siempre atesorado por un
pueblo del cual formamos parte, del que hemos surgido y al cual
nos debernos en la misma medida y con la misma dimensión
de entrega con que, como soldados, hemos jurado debernos a la
Patria. Lejos de incumplir un deber y alejarnos de la senda que
nos marca nuestra condición de militares, al haber
emprendido una lucha por la verdadera salvación de nuestra
Patria, estamos siendo fieles más que nunca al sentido
más hondo y verdadero de nuestra misión como
soldados del Perú.

Este es el espíritu patriótico y
revolucionario, al mismo tiempo, que norma nuestra conducta como
militares y como gobernantes del Perú. Y es el
espíritu que debe normar también la conducta de los
soldados y oficiales de la Fuerza Aérea del Perú.
El destino de nuestra nación depende del rumbo victorioso
del proceso revolucionario que ella contribuye a
conducir.

LAS FUERZAS POLICIALES

El nuevo y permanente cuadro político forjado por
la revolución plantea la necesidad impostergable de
revalorar el papel que las Fuerzas Policiales deben cumplir en un
período histórico como el que hoy vive nuestra
Patria. Ellas son parte de los Institutos Armados. Por tanto su
acción y su destino están indisolublemente unidos a
la acción y el destino de nuestra Fuerza Armada. En
consecuencia, la obra transformadora de este Gobierno no puede
serles extraña en forma alguna.

Por estas razones, todos los integrantes de las Fuerzas
Policiales deben sentirse profundamente compenetrados con la
naturaleza y las finalidades del proceso revolucionario cuya
conducción es nuestra responsabilidad ante el país
Tal compenetración es absolutamente indispensable para que
puedan cumplir su responsabilidad institucional. Esto hoy,
más que nunca, depende de que sean capaces de reflejar en
su comportamiento la imagen y el carácter de la nueva
concepción de lo que significa gobernar cuanto desde el
gobierno se orienta y se dirige un vasto proceso de
transformaciones profundas en nuestra sociedad, una de cuyas
dimensiones esenciales es la lucha constante por la
moralización de lo vida pública y por el
afianzamiento permanente de una política de absoluta
honestidad en la conducción de todas las instituciones del
país.

En condiciones como las señaladas, el papel de
las Fuerzas Policiales no puede ser el mismo que el que jugaron
antes de que el Perú enrumbara su destino por el camino
revolucionario que la Fuerza Armada abrió hace tres
años. El concepto tradicional del orden público
tiene que ser revisado. El orden público de una sociedad
basada en la institucionalización de la injusticia, no
puede ser el mismo que el de una sociedad que lucha, precisamente
para crear un ordenamiento de justicia social. Por tanto, la
forma de concebir su defensa tiene que ser diferente. A
diferencia radical del pasado, en el Perú de hoy se trata
que las instituciones y la ley no sean empleadas para mantener y
perpetuar los atropellos, los privilegios y los abusos. Estamos,
justamente, luchando para desterrar definitivamente en nuestro
país todas las formas de explotación y de
injusticia. Ahora los derechos de los humildes, de los explotados
y de los pobres tienen que ser vigorosamente defendidos por las
leyes, por las instituciones y por los hombres de la
revolución.

Mucho de lo anterior está en la médula
misma de lo que significa un proceso revolucionario que es
verdaderamente una empresa colectiva para la realización
de la justicia en una sociedad. Nadie puede esperar que esto sea
logrado súbitamente. Pero nadie puede aceptar que los
cambios concretos de comportamiento se posterguen
indefinidamente. Una revolución implica alteraciones
importantes en la conducta y en las actitudes de las
instituciones y de los hombres. Por eso, todos los que
respaldamos esta revolución hemos cambiado y debemos
seguir cambiando. Porque de otra manera sería imposible
cumplir con la responsabilidad y con la obligación de
demostrar en nuestros propios actos que hemos hecho profundamente
nuestros los grandes ideales de justicia que hace tres
años nos llevaron a poner nuestra espada al servicio del
pueblo del Perú.

La delicada y fundamental misión que en nuestra
sociedad cumplen las Fuerzas Policiales no puede dejar de
obedecer a la orientación normativa que rige la conducta
de un Gobierno como el nuestro. De allí la impostergable
necesidad de que quienes las integran tengan plena conciencia del
nuevo papel y del nuevo comportamiento que deben asumir para
poder cumplir verdaderamente esa ilustre
misión.

Los cuadros de las Fuerzas Policiales del Perú
deben ser los hombres responsables de mantener los más
altos niveles de moralidad y de honradez incorruptible que el
país exige de las instituciones encargadas de garantizar
el cumplimiento de las leyes con ausencia absoluta de favoritismo
y deshonestidad.

Ellos deben así mismo comprender la nueva y
grande responsabilidad que asumen con sus instituciones, con la
Fuerza Armada y con el Perú. Representantes de un Gobierno
sustancialmente distinto a cualquier otro del pasado, ellos deben
sentir que un aspecto fundamental de su quehacer futuro
será velar por el respeto verdadero a la justicia y el
derecho de los hombres y mujeres del Perú. Deben
también sentir y saber en lo más hondo de su
conciencia que el esfuerzo del Gobierno del cual son parte tiene
como único norte la decisión de luchar
indesmayablemente por la grandeza, la felicidad, la justicia, la
libertad auténtica y la independencia soberana de nuestro
pueblo.

EL CAEM

Hay en la historia de los pueblos y de las
instituciones, momentos epocales que marcan al mismo tiempo el
principio y el fin de etapas diferentes. Algunas veces se trata
de episodios visibles cuya significación es para todos,
desde el primer instante, palpable y evidente su ostensible
magnitud. Otras veces, sin embargo, la gravitación de un
hecho histórico pasa, en cierta manera, desapercibida,
aún para sus propios gestores porque la ausencia de
contornos dramáticamente visibles tiende a ocultar la
significación que ese hecho está llamado a tener en
la vida de un pueblo o de una institución.

Sólo el observador prolijo suele tener la
perspicacia necesaria para, correctamente, atribuir peso de
significación histórica o los eventos que, teniendo
a primera vista apenas una importancia relativa, demuestran ser o
la larga los episodios fecundos de donde surgen y en donde se
estimulan, con el correr del tiempo, los grandes cambios
transformadores de la historia.

Cuando hace más de veinte años se
fundó el Centro de Altos Estudios Militares,
aconteció un hecho así, en apariencia rutinario y
normal, pero en verdad trascendente para el Perú y para
sus Institutos Armados. Porque cuando eso ocurrió,
empezó a tomar forma consciente e institucional un
laborioso y necesario proceso de reformulación del papel
que, tradicionalmente, habíamos desempeñado los
hombres de uniforme en el Perú.

La realidad del Perú que hoy estamos viviendo, no
podría explicarse satisfactoriamente con prescindencia de
ese singular hecho histórico, porque él fue
decisivo para el afianzamiento de una renovada y lúcida
conciencia de la Patria en quienes más tarde
habríamos de asumir la responsabilidad de iniciar el vasto
proceso de transformaciones integrales que constituyen el motivo
y la esencia de esa victoriosa Revolución Nacionalista que
la nueva Fuerza Armada del Perú inició el 3 de
octubre de 1968. Por eso, cuando se inscriba la historia de esta
época, los historiadores del futuro sin duda
señalarán la fundación del CAEM como un
punto crucial en el desenvolvimiento de la Fuerza Armada y como
un hecho decisivo en el proceso de cambio institucional de
nuestro Patria.

En él, por primera vez en forma
sistemática, la institución castrense dio comienzo
a la impostergable tarea de estudiar realidad del Perú, de
manera ordenada y profunda. Y del esfuerzo así orientado
no sólo surgió un más cabal conocimiento de
los problemas del país, sino también un sentido
depurado de nuestra más alta responsabilidad ante las
grandes cuestiones nacionales. En él, por tanto, se
contribuyó en forma decisiva a labrar la nueva conciencia
de la Fuerza Armada del Perú; y, al hacerlo, se le dio a
este país la indispensable base institucional desde la
cual se hizo luego posible emprender el rumbo venturoso de los
grandes cambios políticos, sociales y económicos
que nuestro pueblo habrá en vano demandado de sus
instituciones y sus hombres considerados
representativos.

A lo largo de sus años de fecunda existencia, el
CAEM ha perseverado en su esfuerzo por esclarecer los aspectos
fundamentales de la problemática nacional. Pero como suele
ocurrir a toda institución de veras forjadora de rumbos,
nuevas responsabilidades recaen en sus hombros, precisamente, en
momentos de lucha como son los que hoy está viviendo el
Perú. Y en circunstancias así, cuando el
Perú está comprometido en las etapas iniciales de
un duro batallar por su desarrollo y su cabal independencia como
nación soberana, el CAEM como institución abocada
al estudio de la problemática nacional, tiene ante
sí un vasto campo de trabajo en expansión. Las
medidas de cambio social que la revolución ha
traído consigo, están creando ya y
continuarán creando en el futuro, nuevos problemas que
afectarán a grandes sectores de nuestro pueblo. Las
alteraciones profundas que están ocurriendo en la textura
tradicional de la sociedad peruana imponen la necesidad de
identificar a tiempo los factores en juego y determinar las
fuerzas que, persiguiendo sus propios intereses, tratan de un
lado y de otro de frustrar el rumbo de la revolución.
Estas son realidades que afectan la naturaleza de nuestro frente
interno y que obligan a una radical redefinición del papel
del Estado y sus instituciones.

Y en este esfuerzo de indagación, de
preparación y de estudio, el aporte del CAEM es, como fue
su contribución en el pasado, de invalorable importancia
para la Fuerza Armada y para el Perú. Hoy más que
nunca resulta ya evidente que el papel de una gran
institución como ésta no puede confinarse a los
linderos del campo militar. En el mundo complejo en que vivimos
ningún problema básico puede ser unidimensional.
Hoy la Fuerza Armada preside y orienta una profunda
transformación social. Tal realidad otorga un marco
diferente al diario quehacer de una institución como el
CAEM, cuyas nuevas responsabilidades dimanan del hacho de que es
la Fuerza Armada la que ejerce el Gobierno del Perú. Ella,
que contribuyó a forjar nuestra nueva conciencia
nacionalista, seguirá contribuyendo a forjar los
instrumentos de análisis y las orientaciones que
garanticen el permanente éxito en la tarea que la Fuerza
Armada ha emprendido por nuestra Patria y por su
Pueblo.

Tal la significación del Centro de Altos Estudios
Militares en la historia reciente del Perú y tal su mayor
y más crítica responsabilidad.

Gobierno, pueblo
y Fuerza Armada

LA FUERZA ARMADA ¿POR QUÉ?

La Fuerza Armada de hoy tiene clara conciencia de su
responsabilidad con el Perú. Por eso asumimos el poder.
Pare liquidar un injusto sistema sociopolítico, para
terminar definitivamente con una oligarquía entreguista y
rapaz, para desenmascarar o una camarilla de políticos
envilecidos que a espaldas del país se convirtieron
también en una verdadera oligarquía partidaria al
servicio de los poderosos.

Nuestro propósito nunca fue sumarnos a la lista
de los gobernantes que sólo persiguieron su provecho
personal y de grupo por encima de los intereses nacionales.
Nuestro propósito es llevar a cabo una profunda y
auténtica revolución social. La claudicación
y el entreguismo de las viejas dirigencias políticas nos
dieron lo certeza de que la Fuerza Armada era la única
institución capaz de emprender una acción
revolucionaria en el Perú. Jamás debe olvidarse que
quienes antes gobernaron tuvieron en sus manos el poder para
solucionar los grandes problemas del país. Sin embargo,
esto nunca ocurrió. Frente a una verdadera debacle
nacional y frente a la traición de quienes
engañaron al Perú para servir a sus viejos
explotadores, la Fuerza Armada no tuvo otra alternativa que tomar
en sus manos las riendas del gobierno para desde allí
emprender la transformación de nuestra Patria.

Haber cerrado los ojos ante la denigrante realidad en
que vivía el país, habría sido eludir el
más elemental principio de lealtad para con nuestra
Patria; habría sido rehuir cobardemente una
responsabilidad que como peruanos y como soldados teníamos
el imperativo de aceptar. Escudar a la Fuerza Armada
detrás de un demagógico constitucionalismo,
habría significado colaborar al desquiciamiento de nuestra
Patria, comprometiendo gravemente su futuro y el de las
generaciones venideras.

moda y agradable, pero cómplice,
habría sido una posición marginal de la Fuerza
Armada frente al doloroso drama que vivía la Patria; por
ello, interpretando su clamar y su noble sentir, dimos el paso
con serenidad y con verdadero sentido de responsabilidad cuando
nos convencimos de que no había error, si no plena
conciencia del engaño, fraude y traición a los
intereses del país; cuando con vergüenza conocimos
que políticos corruptos pertenecientes a castas que por
siglos detentaron el poder mentían premeditadamente cuando
hablaban de igualdad, del derecho soberano del pueblo y de su
libertad.

Enfrentar de modo definitivo esta oprobiosa
situación significó asumir la responsabilidad de
gobernar. No lo hicimos por causales de política
tradicional. Lo hicimos por auténtico patriotismo, por
deseo de servir a nuestro pueblo, por rechazo o la
corrupción de una política decadente y proditora
que hundió al Perú en lo más banda de sus
crisis morales y económicas.

La Fuerza Armada ejerce hoy el liderazgo de un
movimiento nacional que persigue liberar a nuestro pueblo de la
dominación extranjera y de las lacras del subdesarrollo.
Este cometido constituye una irrenunciable responsabilidad
institucional. La asumimos hace seis años en el total
convencimiento de que ninguna institución política
del antiguo sistema tenía la decisión o el deseo de
cumplirla. La asumimos porque no hacerlo habría
significado permanecer indiferentes ante la verdadera bancarrota
nacional ocasionada por los gobiernos anteriores. Y la asumimos
porque el delicado estudio de los problemas nacionales a lo largo
de muchos años, nos hizo ver con claridad que nosotros,
como institución, tutelar de la República,
teníamos que jugar un papel radicalmente diferente al que
por error habíamos cumplido en el pasado.

Más que nadie nosotros, los hombres de uniforme,
tenemos la responsabilidad de esta revolución porque la
hemos iniciado y la estamos conduciendo. Y es nuestro deber, para
llevarla siempre por rutas de victoria, tener conciencia plena de
lo que ella significa, saber que los grandes problemas del
Perú demandan soluciones sacrificadas y profundas, estar
convencidos de que nuestro camino no puede detenerse, y tener
certidumbre de que nuestra revolución es, en final de
cuentas, tan sólo la expresión de un fidedigno y
enraizado amor a nuestra patria.

NUESTRO PROPÓSITO Y COMPROMISO

El punto de partida principal es la propia
definición de este Gobierno como Revolucionario. Esto
quiere decir que nosotros no estamos interesados simplemente en
mejorar las condiciones del país, sino en cambiarlas; que
no estamos en favor de solamente modernizar las relaciones entre
los distintos grupos sociales del Perú, sino en
transformarlas. Queremos, en una palabra, romper con el pasado y
construir una sociedad que en esencia sea diferente a la sociedad
tradicional que todos conocimos. Y esto supone alterar la
calidad, la naturaleza de las instituciones fundamentales del
país. Sabemos que se trata de una obra penosa, lenta,
difícil. Pero ya la hemos comenzado. Abandonarle
significaría dejar de ser lo que somos. Y esto nadie puede
pedir ni esperar de nosotros.

Nunca hemos dejado de expresar esta declarada y abierta
posición. Nosotros asumimos la responsabilidad de gobernar
en horas muy difíciles para el Perú. No era una
época de bonanza. Era un momento de crisis. Al borde mismo
de grandes acontecimientos epocales, el país miraba al
pasado y el gobierno mantenía sin resolver los grandes
problemas de lo nación. El pueblo estaba ausente de las
grandes decisiones que sólo se tomaron para favorecer los
viejos privilegios y las grandes injusticias. El reclamo de las
mayorías nacionales continuaba desoído.

Insurgimos como Gobierno Revolucionario; es decir, como,
régimen fundamentalmente orientado al logro de la
transformación integral de nuestra Patria. Esta ha sido lo
orientación central de todos nuestros actos de gobierno,
en representación institucional de la Fuerza Armada. Por
tanto, no somos los actores de un golpe militar. Somos los
gestores de una revolución. Con nuestro movimiento se
inicia una etapa nueva de la vida republicana.

Un orden social injusto como el que aquí
existió por largos años, genera explotación
y crea privilegios. Esa explotación afecta a las grandes
mayorías ciudadanas. Estos privilegios siempre han sido
injusta prerrogativa de unos cuantos. La gran desigualdad que
esto origina hizo de nuestra sociedad, una sociedad profundamente
enferma. Para algunos todo esto carece de importancia porque
ellos fueron, precisamente, los privilegiados. Para otros tiene
la más grande importancia, porque ellos fueron justamente
quienes siempre vivieron explotados. Cambiar a fondo una
situación así constituye la razón de ser de
nuestra revolución. Ese es nuestro
propósito.

Esto es todo lo que hay implícito en los grandes
ideales revolucionarios que motivan y motivarán siempre la
acción de este gobierno. Jamás habremos de
apartarnos del sentido profundamente transformador y
profundamente nacionalista de esta revolución. Porque si
nos apartáramos de él, fracasaríamos. Y si
fracasáramos, nuestro Patria inevitablemente se
hundiría en el caos, en la violencia y en el desastre.
Recordemos que al asumir el gobierno del Perú, casi todas
sus instituciones se encontraban en crisis. Ellas no
habrían sido capaces de enrumbar al país hacia el
futuro. Y con mayor razón aún, no podrían
hoy lograrlo. Por eso, la única alternativa verdadera que
tiene nuestra Patria es continuar el camino de esta gran
revolución transformadora.

La Fuerza Armada sabe que cumplir el compromiso que ella
ha contraído con el país significa, necesariamente,
el definitivo abandono del sistema socio- económico
imperante hasta el 3 de Octubre de 1968. Sólo así
será posible sentar las bases del nuevo ordenamiento
social que la revolución se propone construir.

Somos deudores de un pueblo a quien siempre debernos
respetar, a quien siempre debemos honrar, a quien siempre
debernos servir por encima de todas las cosas. Aquí se
funda la dimensión más impalpable y profunda de
nuestro esencial compromiso revolucionario; no se trota de un
simple compromiso intelectual, sino de un compromiso que hunde
sus raíces en lo más hondo de nuestra propia
existencia para de allí surgir vigoroso y renacido como
expresión de entrega verdadera. Es todo esto lo que nutre
nuestra más radical vocación revolucionaria
única garantía de que jamás abandonaremos la
lucha que iniciamos hace seis años por reivindicar poro el
Perú su esencia de nación soberana y para conducir
el batallar de un pueblo que quiere construir su futuro
rehaciendo por completo su vida nacional y su pasado. Nadie
podría, mejor que nosotros mismos, conocer lo duro y a
veces solitario de este esfuerzo. Ni nadie podría conocer
mejor las vicisitudes y los desengaños que ello
inevitablemente encierra. Pero en esto también se afianza
nuestra fortaleza y se vigoriza nuestra serenidad paro comprender
y para superar los avatares de esta lucha.

Creemos estar construyendo decididamente el futuro de
esta nación. Hay, detrás nuestro, la fuerza
incontrastable de un pueblo que comienza o ver realizados sus
ideales de justicia.

POR NUESTRA SEGUNDA INDEPENDENCIA

Los militantes peruanos hemos retomado el
camino que hace siglo y medio abrieron otros soldados
revolucionarios, cuyo esfuerzo y cuyo sacrificio hicieron posible
la independencia de nuestro pueblo y la fundación de su
República.

La posibilidad liberadora de nuestra
emancipación nacional del coloniaje se vio, sin embargo,
en gran parte frustrado en los inicios mismos de nuestra
experiencia republicana. Hundieron esa posibilidad, por un lado,
los intereses y la corta visión histórica de las
oligarquías, herederas del poder colonial, y por otro
lado, un poder económico lanzado sobre el mundo sin
respetar fronteras que clavó sus garras, al igual que en
países de otros continentes, en nuestras inexpertas y
débiles repúblicas De aquí derivó el
carácter en gran parte ficticio de nuestra
soberanía y nuestra independencia. Crecientemente nuestro
pueblo se convirtió en vasallo de aquella
oligarquía y de ese imperialismo. Herencia de todo esto
fue el sistema tradicional de poder contra el cual
insurgió nuestra revolución.

Por eso el propósito principal de
esta revolución es culminar aquella gesta emancipadora
cuyo triunfo selló en tierras del Perú la sangre
generosa de hombres de nuestro Patria y de combatientes
latinoamericanos unidos en el ideal común de liberar o
nuestro continente del yugo colonial. Complementar y afianzar la
auténtica emancipación de nuestra Patria demandaba
encarar frontalmente la solución de sus grandes problemas
y reconquistar su plena soberanía nacional. Todo esto hizo
indispensable romper con el pasado y emprender la
transformación sustantiva de toda la realidad social y
económica que ese pasado generó.

Al adoptar esta decisión fundamental, la Fuerza
Armada del Perú, con el leal apoyo y la adhesión de
las Fuerzas Policiales, asumió conscientemente un claro
compromiso revolucionario. Transformar nuestra sociedad para
liberarla del subdesarrollo en que vivía y del ominoso
dominio extranjero que tornaba ficticia su verdadera
independencia, necesariamente implicaba luchar contra el dominio
de la oligarquía y al mismo tiempo contra la
dominación imperialista.

A esta doble finalidad responde todas las acciones del
Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. Porque siempre
fuimos conscientes de que la auténtica liberación
de nuestro pueblo y lo garantía real de su futuro
dependían de que desapareciera aquel doble dominio que a
lo largo de los años abatió a la nación
peruana. Esto suponía vertebrar en el Perú un nuevo
ordenamiento social, económico y político. Porque
una revolución existe para transformar los sistemas
tradicionales y, en consecuencia, para históricamente
reemplazarlos por otros que hagan posible la efectiva
liberación del hombre. En este sentido, nuestra
preocupación fundamental fue desde el primer momento
organizar en el Perú una sociedad capaz de garantizar la
verdadera justicia y la verdadera libertad de todos los
peruanos.

Somos, pues, fieles al sentido más hondo de
nuestro historia y leales al ejemplo y al sacrificio de quienes
dieron su propia vida para hacernos libres. Nuestro obra en el
Perú de hoy representa lo continuidad de un grande y
trunco esfuerzo histórico que nosotros debemos completar.
El sentido más radical de nuestra lucha es garantizar y
dar plenitud a la tarea libertadora comenzada aquí; es
alcanzar la independencia económica de nuestro pueblo es
lograr el ordenamiento de justicia implícito en la
libertad que nos legaron los fundadores de la República;
es, en suma, cimentar nuestra segunda independencia.

UN GOBIERNO PARA LOS DE ABAJO

Hemos empezado la gran tarea de construir
la justicia social en el Perú. Hemos dado inicio a las
grandes reformas sociales y económicas que todos
ofrecieron al pueblo peruano y que nadie cumplió. Nosotros
no estamos prometiendo una revolución. La estamos
realizando desde que asumimos la responsabilidad de
gobernar.

Y estamos gobernando no para unos pocos,
sino para las grandes mayorías. Para los campesinos. Para
los obreros. Para los empleados. Para los estudiantes. Para los
profesionales. Pero antes que nada, para "los de abajo". Para los
pobres. Ese es el rumbo de esta revolución. Y por defender
esos intereses, es una auténtica revolución
popular. La espada está hoy en el Perú al servicio
de los oprimidos. Este gobierno militar está haciendo lo
que ningún otro gobierno hizo: transformar el país
en beneficio de los más necesitados.

Al fin los pobres y los explotados tienen
un gobierno que vela por sus intereses. Que los defiende de los
grandes gamonales. Que ha puesto una barrera al poder
político de la oligarquía. Que ha roto el monopolio
de los poderosos. Que ha comenzado a organizar la riqueza sobre
bases de propiedad social. Y que ya empieza a transformar el
sistema capitalista que nos hundió en el subdesarrollo y
nos entregó a la voracidad del imperialismo.

Siempre se gobernó para los
privilegiados y no para los pobres.

En lo que va de vida republicana, el
Perú nunca tuvo un Gobierno tan profunda y genuinamente
comprometido a realizar una política de transformaciones
sociales y económicas destinadas a servir a su pueblo.
Ahora nadie duda del carácter verdaderamente
revolucionario de nuestro movimiento y nadie puede negar el
inmenso respaldo popular que lo sustentó.

Así empieza el nuevo Perú. Se
está gobernando para el pueblo, no para lo
oligarquía. Por primera vez en nuestra historia, los
grupos que siempre manejaron al gobierno han perdido todo poder
político. La Fuerza Armada nada tiene en común con
ellos. Nosotros venimos del pueblo y a su causa nos debemos.
Nosotros estamos respondiendo al llamado más noble e
ilustre que un hombre pueda recibir: el de trabajar con denuedo
por el desarrollo de su país, la reconstrucción de
su Patria, el auténtico engrandecimiento de su
pueblo.

Si bien es cierto que éste es un
gobierno para todos los peruanos no es menos cierto que él
debe y tiene que ser, por encima de todo, un gobierno para los
más y también para los más
necesitados.

Todo lo anterior significa que jamás
hemos entendido nuestra responsabilidad de gobernar en
términos de que todo continuará como antes. Hemos
hecho precisamente lo contrario. Hemos actuado, justamente, para
que las cosas no sigan funcionando como siempre. Porque lo
acostumbrado en el Perú siempre fue que todo funcionase en
perjuicio del pueblo y de los pobres, pero en beneficio de los
ricos y los privilegiados.

LO QUE NUNCA ANTES SE HIZO

Estamos transformando al Perú. Estamos haciendo
la revolución que todo el pueblo siempre reclamó.
La seguiremos haciendo por encima de todos los obstáculos.
De poco servirá la campaña organizada por quienes
reciben paga de la oligarquía y el imperialismo. Nunca se
había siquiera intentado en el Perú la obra que
estamos realizando. Jamás se hizo reforma agrario.
Jamás se atacó el interés económico
de los grupos privilegiados. Jamás se gobernó para
el hombre del pueblo. Jamás se condujo al Perú con
sentido nacionalista y auténticamente independiente.
Jamás se actuó con dignidad en defensa del
Perú frente a los grandes intereses extranjeros.
Jamás se reconoció al trabajador el derecho a la
utilidad, lo dirección y la propiedad de las
empresas.

La obra del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada
no tiene parangón en nuestra historia. Aunque hemos
cumplido sólo una parte de nuestros planes de gobierno,
puede ya decirse, sin temor a error, que lo hasta aquí
realizado supera a todo lo que en el Perú se hizo durante
el período republicano. Tal comprobación justifica
un sentimiento de legítimo orgullo. Más no de
vanidad ni de arrogancia. En primer lugar, porque somos
conscientes de que hay muchísimo por hacer en nuestro
Perú para conquistar su plena independencia
económica y realizar la justicia social de nuestro pueblo.
Y, en segundo lugar, porque también somos conscientes de
que nuestra obra habría sido imposible sin aliento
generoso de toda una nación cuyas aspiraciones la
revolución interpreta y cuyo lucha heroica la
revolución continúa.

Las más serias dificultades de la etapa inicial
de nuestra revolución han sido superadas. Delante de
nosotros queda una gran tarea por realizar. Lo conquistado hasta
hoy, y la experiencia que ello nos ha permitido acumular, afirma
nuestra confianza porque significa que habremos de estar mejor
preparados para enfrentar victoriosamente la continuación
del proceso revolucionario de nuestra patria.

LA TAREA DE GOBERNAR

Para la Fuerza Armada del Perú la tarea de
gobernar no fue entendida nunca como banal ejercicio del poder,
sin rumbo ni propósito; ni tampoco fue entendida
jamás como acción continuista encaminada a mantener
un ordenamiento social básicamente injusto, dentro del
cual la mayoría de nuestro pueblo siempre fue
mayoría explotada, mayoría en miseria,
mayoría desposeída. Nosotros no asumimos el poder
político para hacer de él botín y negociado,
ni instrumento perpetuador de la injusticia.

Todo lo contrario. Nosotros asumimos el poder
político para hacer de él herramienta fecunda de la
transformación de nuestra Patria. No nos mueve otro
propósito. Quisimos darle al Perú un gobierno capaz
de emprender con resolución y con coraje la tarea
salvadora de su auténtico desarrollo nacional. Fuimos
desde el primer momento conscientes de que una empresa así
demandaría de todos los peruanos sacrificios y esfuerzo;
porque sabíamos que en un país como el Perú,
caracterizado por abismales desequilibrios sociales y
económicos, la tarea del desarrollo tenía
necesariamente que ser una tarea de
transformación.

Estamos gobernando, vale decir, estamos
decidiendo políticamente el destino del Perú.
Diariamente nuestros actos y nuestras decisiones están
afectando el porvenir de todos los peruanos. Este es una
responsabilidad institucional y colectiva. Pero también
una responsabilidad personal que no puede ni debe ser eludida
jamás por ninguno de nosotros.

No estamos haciendo política
subalterna. No estamos haciendo proselitismo político en
el sentido peyorativo y tradicional de la palabra. Pero sí
estamos ejerciendo docencia política, elevada y en
función de la Patria. Al asumir la responsabilidad de
gobernar, asumimos también inevitablemente una
misión política. : Eso está haciendo la
Fuerza Armada del Perú; eso es lo que estamos haciendo
quienes hoy gobernamos en su nombre. Y al hacerlo, no sólo
estamos contribuyendo decisivamente a salvar el porvenir del
Perú, sino también, estamos honrando el recuerdo,
el ejemplo y la gloria de nuestros antepasados militares que nos
señalaron un rumbo y un camino.

Nosotros no somos absolutos. Nos nutrimos
de simiente sembrada antes de nuestro día. Somos
continuadores del esfuerzo por otros desplegado. Mas aún,
es preciso tener siempre presente que la Fuerza Armada del
Perú no sólo está gobernando, sino
también dirigiendo una fundamental revolución
socio-económica de inmensa trascendencia histórica
para nuestro país y de innegables implicaciones de
carácter internacional.

LO QUE SOMOS Y NUESTA LEGITIMIDAD

La argumentación falaz de que por ser un gobierno
de la Fuerza Armada, el nuestro no puede realizar la
transformación socio-económica del Perú, ha
sido absolutamente desvirtuada por las reformas de cambio
estructural que hasta hoy hemos realizado. La Fuerza Armada que
hoy gobierna el Perú es una Fuerza Armada cuya
identificación con la causa de las reivindicaciones
populares es sincera y profunda. Sabemos muy bien que en el
pasado hubo gobiernos militares de muy distinta naturaleza. Pero,
sabemos también, que jamás hubo gobierno civil de
políticas tradicionales que resolviera ningún
problema fundamental en el Perú. No renegamos de nuestra
tradición institucional. Hemos superado una etapa de esa
tradición. Como institución hemos rescatado el
sentido original de la Fuerza Armada peruana que insurgió
en sus orígenes bajo la inspiración libertaria de
la lucha de nuestro pueblo contra la dominación
extranjera.

Los hombres de uniforme tenemos fundamentalmente un
origen popular. Ningún interés nos une a la vieja
plutocracia. Iniciamos esta revolución en el
convencimiento de que la definitiva emancipación de
nuestro pueblo sólo podía lograrse a través
de una obra revolucionaria que transformara las viejas
estructuras con las cuales el Perú vivió bajo el
doble dominio del imperialismo y de un grupo privilegiado de
peruanos. No nos movió a asumir la conducción del
Estado ningún apetito subalterno de poder, ni tampoco el
deseo de cerrarle a nadie el paso. Nos movió el genuino y
desinteresado propósito de poner la fuerza de las armas al
servicio de un ideal de reivindicación popular y nacional
muchas veces traicionado. Es este convencimiento el que sustenta
la firme unidad de la Fuerza Armada en torno al gobierno que
institucionalmente la representa y en torno a los ideales
inabdicables de la revolución.

Somos una Fuerza Armada auténticamente nacional y
nacionalista por nuestro origen, por nuestra vocación, por
nuestros propósitos y por nuestros ideales. Hemos asumido
un compromiso sagrado con el Perú y nada ni nadie
podrá desviarnos del camino de su más fidedigno
cumplimiento.

Por primera vez nuestro pueblo tiene un gobierno que de
veras está luchando por su causa y resolviendo los agudos
problemas que jamás fueron encarados por ningún
gobernante en el Perú. Por primera vez somos a plenitud un
país soberano. Por primera vez estamos dejando de ser un
país de subdesarrollo y subordinación al poder
extranjero. Por primera vez se está haciendo justicia al
campesino. Por primera vez se está gobernando para el
pueblo.

El nuestro es un gobierno revolucionario que defiende
los intereses de las grandes mayorías y frente al cual
resulta imperativa una nueva actitud constructiva y
leal.

La fuente final de nuestra
inspiración, ha sido el pueblo; este pueblo al que nos
debemos por entero; este pueblo tantas veces engañado;
este pueblo que tanto ha sufrido y ha luchado en espera de una
justicia que sus gobernantes nunca supieron darle.

Nuestra legitimidad no viene de los votos
de un sistema político viciado de raíz porque nunca
sirvió para defender los auténticos intereses del
pueblo peruano. Nuestra legitimidad tiene su origen en el hecho
incontrovertible de que estamos haciendo la transformación
de este país, justamente para defender e interpretar los
intereses de ese pueblo al que se engañó con
impudicia y por un precio. Esta es la única legitimidad de
una revolución auténtica como la nuestra.
Representamos una revolución triunfante, porque la causa
de un pueblo y el mandato de su historia son nuestra razón
de ser, como gobierno que hoy mira seguro y firme el futuro de la
Patria. Más, somos únicamente los iniciadores de
una gesta nacional que se proyectará por muchos
años en el futuro. Está lejos de nuestro
ánimo el reclamo a una perfección que nada ni nadie
puede lograr. La nuestra, como toda acción humana, como
toda tarea de gobierno, es obra perfectible. A perfeccionarla
contribuirán la experiencia y el aporte de la
crítica constructiva del pueblo.

En un aspecto fundamental, somos una nueva
Fuerza Armada. Y sin embargo, nunca hemos sido tan leales a la
misión que justifica nuestra existencia institucional en
el Perú, ni tan consecuentes con la causa del pueblo del
cual hemos surgido.

Este convencimiento sirvió para que, con realismo
y con auténtico sentido de la Patria, cambiáramos
hondamente nuestra mentalidad y nuestra actitud. Lo hicimos
conservando la continuidad de nuestra institución. Y
fuimos capaces de lograrlo manteniendo la unión que
fundamenta nuestra fuerza. Pocas instituciones en el mundo
podrán mostrar una más clara prueba de madurez y de
conciencia histórica. También por esto nos sentimos
orgullosos.

Hoy la Fuerza Armada representa un sólo
pensamiento y una sola actitud de absoluto identificación
con una causa nacional tras de la cual está el respaldo y
la solidaridad de todo el Perú.

UN EQUIPO

Fue la Fuerza Armada la que hizo posible abrir el comino
salvador del Perú que hoy transita todo nuestro pueblo.
Porque ante la bancarrota moral y política de un viejo
sistema de oprobio y entreguismo, sólo nuestra
institución demostró ser capaz de enrumbar a
nuestra Patria paro salvarla. Todo lo realizado en el Perú
en estos últimos seis años, ha demostrado con
claridad irrecusable que la única manera de llevarlo a
cabo era a través de una acción transformadora
conducida y respaldada por el unido liderazgo de la Fuerza
Armada. Pero para asumir este gran papel histórico fue
necesario que rescatáramos los valores más altos de
nuestra tradición institucional, que volviéramos a
nuestras fuentes originarias como el ejército del pueblo y
de la libertad, para de allí redefinir nuestra imagen
institucional a fin de reconocer que los grandes problemas
fundamentales de nuestro pueblo eran también nuestra
responsabilidad.

Es preciso relievar la exacta significación que
tiene para el país este hecho Porque al Perú
siempre le faltó una gran institución nacional que
solidariamente cumpliera la impostergable necesidad de
transformar sus viejas estructuras y, solidariamente
también, emprendiese con determinación la
difícil tarea de llevarla a cabo. Este gran vacío
que causó nuestra historia ha sido llenado o partir del 3
de Octubre de 1968, por la presencia institucional de la Fuerza
Armada del Perú al frente del gobierno, para realizar esa
transformación profunda de las estructuras tradicionales
del país que nuestro pueblo en vano reclamara en el pasado
de sus malos gobernantes.

El nuestro no es un gobierno personalista. Entre
nosotros no existen predestinados ni seres insustituibles; nadie
tiene el monopolio de la sabiduría ni del poder. Somos un
equipo que está haciendo la revolución que el
Perú necesita, esa revolución que otros pregonaron
sólo para traicionarlo desde el poder. No constituimos,
pues, un movimiento al servicio de un hombre, sino al servicio
del país. Pero comprendemos que nada de esto puedan
entender quienes, en realidad, no son más que simples
caciques de nuevo cuño, extremistas del personalismo, de
la vanidad, de la estafa política.

Sabemos muy bien que pensamos de manera
distinta a como pudimos hacerlo en la etapa pre-revolucionaria
del Perú. Esto distingue hoy a nuestra Fuerza Armada cuya
esclarecida y firme posición revolucionaria lejos de
representar una contradicción constituye la
reafirmación, la continuidad y el respeto a su origen como
ejército del pueblo y para la libertad, y, en
consecuencia, representa la más alta expresión de
lealtad profunda a la esencia misma de su ser.

Sí, nosotros hemos cambiado.
Debernos decirlo con claridad. Debemos tener de ello conciencia.
Debemos declararlo con orgullo, con altivez, con certidumbre de
haber actuado bien. Porque lo hicimos por el Perú, por su
pueblo explotado, por sus hombres y mujeres humildes a quienes
jamás se permitió aportar a la causa de la Patria
el inmenso caudal de su potencia creadora por todos siempre
despreciada y que hoy lo revolución reivindica y
respeta.

Unidos iniciamos y unidos estamos
conduciendo esta revolución. Nuestra unidad es nuestra
mejor defensa y la garantía mejor del futuro de la
revolución que es verdaderamente el futuro del
Perú. Este sentido de unidad se basa en la
convicción revolucionaria de quienes integramos la Fuerza
Armada. Consecuente con lo más ilustre y valedero de su
tradición, la nueva Fuerza Armada del Perú percibe
con lucidez todo lo que implica la difícil responsabilidad
de conducir una revolución.

Esto supone no sólo respaldar y defender la obra
de la revolución. Supone también sentir
profundamente nuestra responsabilidad personal en los
éxitos y los fracasos de la revolución. Supone
también adentrarse en su sentido verdadero, conocer sus
logros, comprender sus problemas, dedicarle lo mejor de nuestra
propia vida.

En este esfuerzo gigantesco y en el desarrollo de esta
misión histórica no pueden, pues, haber ni
pasividades ni indiferencias, porque está en juego el
futuro del Perú, motivo sustancial de todos nuestras
preocupaciones y esencia misma de nuestra devoción de
patriotismo.

UN NUEVO ESTILO

Este gobierno concibe su papel en el Perú de modo
muy distinto. Por tanto, sus realizaciones y su conducta no deben
ni puedan confundirse con las de regímenes anteriores. Y
si bien las formalidades de carácter ceremonial pueden
parecer similares, su significación más honda tiene
que ser muy diferente.

Nosotros constituimos un gobierno que está
transformando la realidad secular del Perú. Y la
transformación de una sociedad no se expresa
únicamente en las grandes reformas de su estructura
económica. Ella se manifiesta también en todos los
niveles de la acción del Estado. Y debe traducirse en un
nuevo comportamiento por parte de quienes integran el Estado en
todos los niveles de la vida nacional.

Una nueva realidad política, una nueva manera de
concebir los problemas del país y un nuevo comportamiento
de los hombres que rigen los destinos de la nación deben
significar también un nuevo estilo de acción en
todos los hombres que encarnan la actitud y el pensamiento
revolucionario en el Perú de hoy. No estamos para ofrecer
ni para hablar. Ese es el viejo estilo de los politiqueros que
jamás volverán al gobierno del Perú. Porque
engañaron deliberadamente a nuestro pueblo. Porque se
entregaron a los poderosos. Porque hipotecaron el país a
los grandes intereses extranjeros. Porque el suyo fue el gobierno
de los privilegios y de la injusticia.

El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada
representa algo esencialmente diferente. Hablamos sin demagogia y
sin engaños. Le decimos al pueblo que la tarea de la
revolución es tarea de trabajo, de responsabilidad, de
sacrificio, de esfuerzo, de generosidad, de lucha constante, de
tesonera superación.

Ninguno de nosotros tiene ambiciones políticas.
No nos interesa competir en la arena electoral. Hemos venido a
hacer una revolución. Y si para lograrlo se requiere
actuar políticamente, esto no quiere decir que se nos
pueda confundir con los políticos criollos que tanto
daño le hicieron al país.

Entre nosotros no caben ni personalismo ni ambiciones.
Ya lo hemos demostrado plenamente. Y quien quiera ver signo de
desavenencia en la normal renovación de un equipo
gobernante, está trágicamente equivocado. Nos
mantenemos unidos porque nos une la convicción de luchar
sin desmayo, sin egoísmo, sin ambición personal,
por la transformación de nuestra Patria. Y si alguien se
aporta de este rumbo, queda por sí mismo eliminado. Eso no
mella en absoluto la unidad y la fuerza de un gobierno plenamente
consciente de su misión histórica y plenamente
consciente de que tiene el respaldo de la Fuerza Armada y de un
pueblo que al fin ve en sus gobernantes la honradez y el coraje
que antes nunca hubo para resolver sus grandes
problemas.

Siempre nos consideramos soldados del Perú.
Testimonio de una honda vinculación humana, esta
pertenencia común nos hermana y nos aproxima por encima de
cualquier diferencia secundaria. Por esto entre nosotros no puede
haber trastiendas. Hemos entregado el esfuerzo de toda una
existencia a la causa de nuestra Patria y a la causa de nuestra
institución. Estas son nuestras dos grandes lealtades
normativas. Ante ellas deponemos todo egoísmo y todo
sentimiento personal.

Este es para nosotros el sentido de gobernar y dirigir
una revolución. Queremos de los hombres de esta tierra una
nueva actitud. Pero somos nosotros, los hombres de uniforme,
quienes debemos dar el ejemplo primero en todos nuestros actos.
Es preciso desarrollar, por eso, una nueva actitud hacia el
pueblo que es también forjador de esta
revolución.

HASTA CUANDO

Continuamos al frente del país y su
revolución hasta cumplir las metas que nos hemos propuesto
y cuya realización el pueblo ha confiado en nuestras
manos. Jamás nos desviaremos del deber y la
responsabilidad que hemos jurado honrar. Proseguiremos la obra de
la revolución sin arriar nunca sus banderas. Al hacerlo
sólo estaremos tornando realidad ese amor a la Patria que
se nos enseñó como la más sublime de las
virtudes del soldado; sólo estaremos cumpliendo lo que la
Fuerza Armada prometió al Perú en el momento de
asumir la responsabilidad de gobernarlo; sólo estaremos
demostrando que somos capaces de luchar con abnegación,
con lealtad y con patriotismo para la verdadera causa del
Perú que como soldados juramos defender; sólo
estaremos siendo fieles al reclamo del pueblo, a nuestra propia
historia y al ejemplo de nuestros héroes que, en otra
dimensión de lucha, dieron también su vida por
nuestra Patria. Hoy más que nunca nos sentimos seguros de
la justicia de nuestra causa. Hoy más que nunca nos
sentimos solidarios y optimistas. Porque hoy más que nunca
estamos convencidos de que nada ni nadie podrá contra una
revolución que se sustenta en la alianza indestructible
del pueblo y de la Fuerza Armada.

No alentamos propósitos de eternizarnos en el
poder. Ni queremos convertimos en partido político.
Asumimos la responsabilidad de gobernar porque comprendimos que
teníamos que salvar al Perú del entreguismo y de la
corrupción, porque comprendimos que nuestro pueblo no
podía continuar eternamente bajo el látigo de la
explotación y la miseria.

Permaneceremos en el poder hasta que se hayan afianzado
definitivamente las conquistas fundamentales de la
revolución. Hasta que estemos seguros de que la
claudicación, la burla al pueblo, el tráfico con su
libertad, el entreguismo y la corrupción al servicio de
los explotadores hayan sido erradicados para siempre del
Perú.

Mientras esos objetivos no sean logrados continuaremos
desarrollando la transformación nacional desde el
gobierno. No empezamos esta revolución para que quedara
trunca. No la iniciamos para dejarla en mitad del camino a merced
de sus enemigos. Y no permitiremos que nadie desnaturalice su
verdadero sentido de transformación nacionalista que busca
hacer del hombre peruano un hombre libre en una sociedad libre.
Esta revolución continuará hasta la definitiva
conquista de sus metas fundamentales y nada la desviará de
su camino. Nada la precipitará y nada hará que
disminuya el ritmo de su marcha.

Nosotros le prometimos al Perú una
auténtica revolución. Para eso tomamos el poder. No
para eternizamos en él ni envilecernos en su ejercicio.
Muy por lo contrario. Aceptarnos la responsabilidad de reformar
profundamente nuestra Patria como tarea de lucha, como
empeño sacrificado, como auténtica entrega, como
genuina expresión de amor a nuestro pueblo.

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